El ejercicio físico, cuando se realiza de manera adecuada, puede convertirse en un aliado fundamental para la salud renal. Sin embargo, si se practica de forma incorrecta, puede generar efectos adversos graves, incluso en personas jóvenes y sin enfermedades previas.
Beneficios comprobados para los riñones
De acuerdo con el Clinical Journal of the American Society of Nephrology, el ejercicio regular mejora la presión arterial, un factor determinante en la prevención de enfermedades renales. La hipertensión es una de las principales causas de daño en los riñones, por lo que mantenerla bajo control es esencial.
Además, la actividad física favorece la sensibilidad a la insulina, ayudando a prevenir la diabetes tipo 2, otra de las afecciones más dañinas para la función renal. También se ha documentado que el ejercicio moderado reduce la inflamación sistémica, lo que protege aún más la salud renal.
Enfermedad renal crónica: el ejercicio también ayuda
En personas con enfermedad renal crónica en etapas tempranas, el ejercicio ha mostrado efectos positivos. Según la American Society of Nephrology, mejora la capacidad cardiovascular y la tolerancia al esfuerzo sin afectar negativamente la función de los riñones.
El riesgo oculto del exceso: rabdomiólisis y falla renal aguda
No obstante, cuando el ejercicio se ejecuta de manera extrema o inadecuada, los riesgos se incrementan. Una de las complicaciones más graves es la rabdomiólisis inducida por ejercicio, una condición en la que las fibras musculares se lesionan y liberan mioglobina, una proteína potencialmente tóxica para los riñones.
Si no se trata a tiempo, esta situación puede derivar en insuficiencia renal aguda. Los síntomas de alerta incluyen dolor muscular severo, debilidad extrema, fatiga marcada y orina de color oscuro.
Casos documentados han involucrado a personas jóvenes y sanas que participaron en entrenamientos extenuantes como CrossFit, carreras de larga distancia o levantamiento de pesas pesadas, especialmente en ambientes calurosos y sin una hidratación adecuada.
La deshidratación y otros factores de riesgo
Otro peligro significativo es la deshidratación. Durante el ejercicio intenso, no tomar suficiente agua puede disminuir el flujo sanguíneo hacia los riñones, lo que incrementa el riesgo de lesión renal aguda.
El uso inapropiado de antiinflamatorios no esteroides (AINEs) o suplementos como la creatina, sin orientación médica, también puede agravar el daño renal cuando se combina con esfuerzos físicos extremos.
Prevención: claves para un entrenamiento seguro
Para evitar estas complicaciones, los especialistas recomiendan una serie de medidas preventivas. Realizar un calentamiento de entre cinco y diez minutos antes de cualquier rutina es esencial para preparar el cuerpo y proteger los músculos.
Incrementar la intensidad del ejercicio de manera gradual permite que el sistema renal se adapte progresivamente al esfuerzo. Asimismo, es crucial mantener una buena hidratación antes, durante y después de entrenar.
Los expertos también aconsejan evitar el uso de medicamentos o suplementos sin indicación profesional y, sobre todo, escuchar las señales del cuerpo para no llegar al sobreesfuerzo.
Advertencias de organismos internacionales
El American College of Sports Medicine y otras instituciones especializadas han advertido sobre los riesgos de entrenar sin supervisión o sin un calentamiento previo adecuado. Incluso actividades como los maratones pueden generar aumentos temporales en los niveles de creatinina urinaria, un marcador de estrés renal, especialmente si se realizan en condiciones de deshidratación.

Conclusión: ejercicio sí, pero con conciencia
La actividad física es una herramienta poderosa para cuidar la salud renal, siempre que se practique de forma consciente y responsable. La clave está en el equilibrio: evitar los excesos, mantenerse bien hidratado y consultar a profesionales ante cualquier duda.
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