Jorge A. Gallardo Moscoso/Guayaquil.
Cuando se conoce que uno y otro capo del narcotráfico latinoamericano es extraditado a los Estados Unidos para que allá sea sentenciado a la pena que tenga lugar, cuántos quisieran que esa cooperación sea reciprocada no precisamente con la extradición sino con las noticias de que en ese gran país han sido capturados los capos de la comercialización y distribución de las drogas y que la lucha del consumo de estas da buenos frutos y cada día es menor.
Mientras los más importantes medios de comunicación norteamericanos y de Europa (convencionales e informáticos), con grandes titulares y no menos espectacularidad, dan cuenta de las capturas de narcóticos provenientes de Latinoamérica en sus puertos y aeropuertos, acompañados casi siempre del antecedente de que el registro del hecho es el resultado de meses de seguimiento, no se entiende por qué sus gobiernos (a través de sus agentes) no avanzan un poco más y siguen el cargamento hasta su destino final: el receptor/los receptores, los comercializadores, los distribuidores, de tal forma que el operativo, ahora sí, con el apresamiento de estos, ha logrado el éxito total. Pero no, por lo menos en Ecuador nada de esa realidad se conoce.
Los especialistas en la materia afirman que los cargamentos decomisados en esos países están valorados en centenares de millones de dólares. Son tantas las capturas que la sumatoria en “pérdidas” para los carteles mexicanos, colombianos, ecuatorianos, etcétera, suman miles de millones. Y, como si fuera poco, sus jefes, plenamente identificados con nombres y apellidos, si son apresados corren el inminente riesgo de ser extraditados y con sus huesos morar las cárceles norteamericanas. Eso está muy bien, porque de esos presidios es más difícil que huyan, además de que los juzgadores son más confiables. Sin embargo, otra vez, quiénes son, dónde se encuentran, los que reciben la droga para entregarla entre los consumidores, tanto en el extraordinario país del norte, lo mismo que en Europa. Bueno sería saberlo, poniendo en evidencia que la cooperación no es trabajo sólo de unos, sino de todos.
Que todos los jefes mafiosos, cuyos motivos estén plenamente justificados, sean extraditados y que sí, literalmente, se pudran en las cárceles de los países que los requieran, pero también que se sepa que en esas mismas cárceles se pudren los jefes de la comercialización y distribución de las drogas. Que se sepa que el consumo cada día es menor y que el trabajo conjunto deja satisfacciones para todas las partes, no sólo para una de ellas.
Fuente: la nación