«El secreto de la disponibilidad es una rara síntesis de abandono y actividad que hace todo el encanto de un alma errante. Entonces el espíritu se abre por completo al mundo de las apariencias» (Frédéric Gros,1965.)
Ayer, un viaje en el tiempo, un transitar por los senderos de lo que queda en el pasado, una brecha que se abre más allá del paisaje para proseguir en el presente.
Ayer, mientras recorría la ruta por el valle, miraba el horizonte, la neblina tenue bañando la montaña pincelada con diferentes matices del color de la esperanza; entonces reconocí una vez más la majestuosidad del diseñador y creador de todo este universo cargado de tanta belleza. El paisaje a través de la ruta expresando su esencia casi inmutable, natura en todas sus expresiones, cielo y tierra, montaña y río, hombres y mujeres y su supervivencia, precisando y anteponiendo la vida como un regalo que hay que preservar, y es que después de todo muy lejos están las promesas de los que hacen políticas y promulgan leyes de cambios para los desposeídos. Al fin de cuentas los poderosos quieren más poder y los pobres siguen siendo pobres.
Paradójicamente su riqueza es de espíritu y con ella viven en paz los que no se dejan manipular por los adictos, por aquellos que forman parte de la obscuridad, por aquellos que entre sombras maquinan el mal contra el mundo.
¿Me he preguntado muchas veces donde se produce el principio del fin de las personas buenas? En qué punto de inflexión suena el crujido de su desestabilización emocional, de la fuerza de sus valores, del respeto por sí mismos.?
¿Será consecuencia de la pobreza? …Después de mucho reflexionarlo, me he dado cuenta de que todo está en mantener el proceso de educación moral y ética en el seno de la familia, esa conquista mutua cotidiana en un marco de respeto y amor, en entender que, aunque afuera haya caos, nada está definitivamente acabado en el seno de la familia, es por ello que la corrección debe ser impronta, no descuidar los pequeños detalles donde muchas veces se esconde el error y toma fuerza, y luego es un torrente imposible de contener.
Cuando observamos con sensibilidad y asombro todo lo que Dios ha creado, entonces despertamos también la necesidad de cuidar las plantas, los animales, cuidarnos a nosotros mismos, nuestro cuerpo, los alimentos, la salud, pero, sobre todo, aquello que da sentido pleno a todo eso, y es el amor.
Alimentar la facultad de la empatía, de hablarnos con amabilidad, conversar lo que nos sucede, proyectar anhelos compartidos y realidades que nos den alegrías sentidas y felicidad.
Finalmente dejemos de lado esa pugna por ideales superfluos que solo nos enquista a un estado de malestar mental y emocional.
La autora es poeta y columnista internacional ecuatoriana.
Fuente: la nación