La poeta argentina transformó la literatura del siglo XX con su intensidad emocional, lenguaje onírico y una vida marcada por el dolor y la lucidez.
Una voz única en la poesía latinoamericana
Alejandra Pizarnik, la última poeta surrealista, nació en Buenos Aires en 1936 y murió trágicamente en 1972. En sus apenas 36 años de vida dejó una de las obras más poderosas y conmovedoras de la literatura del siglo XX. Su poesía es un puente entre el automatismo del surrealismo y la precisión de la razón, un estilo íntimo que transformó el lenguaje poético.
Su obra estuvo atravesada por experiencias personales intensas: desde el peso de su historia familiar —marcada por la persecución nazi— hasta su lucha contra el asma, la tartamudez, la autoimagen y la depresión. Esta tormenta vital se volcó en versos cargados de muerte, exilio, infancia y deseo.
Influencias, formación y París como refugio
Desde muy joven, Alejandra Pizarnik encontró en la literatura una vía de escape. Leyó a autores como Rimbaud, Artaud, Joyce y Baudelaire. En Buenos Aires estudió filosofía y periodismo, aunque pronto abandonó las aulas para dedicarse de lleno a la escritura.
En los años 60 se trasladó a París, donde trabajó como traductora y colaboradora en revistas culturales. Allí se vinculó con figuras como Julio Cortázar y Octavio Paz, quien prologó su libro Árbol de Diana (1962). La experiencia parisina consolidó su voz poética y la acercó definitivamente al surrealismo.
Poesía entre la sombra y la claridad
De regreso en Argentina, Alejandra Pizarnik publicó sus obras más representativas: Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de locura (1968) y El infierno musical (1971). Su estilo evolucionó hacia una escritura fragmentaria, a veces sin forma tradicional, que funcionaba como diario íntimo, metáfora abierta o grito existencial.
En 1967, su querido padre murió de un infarto en Buenos Aires. A partir de entonces, tanto los versos como las entradas diarísticas de Pizarnik se tornaron más oscuras. “Muerte interminable, olvido del lenguaje y pérdida de imágenes. Cómo me gustaría estar lejos de la locura y la muerte (…). La muerte de mi padre hizo mi muerte más real”, escribió la autora.


Reconocimiento y becas antes del final
A pesar de sus crisis emocionales, Alejandra Pizarnik recibió importantes reconocimientos por su talento literario. Obtuvo la prestigiosa beca Guggenheim y, más adelante, la beca Fulbright, lo que confirmaba el valor de su obra en el ámbito internacional. Sin embargo, ni estos logros ni el apoyo de sus amigos —entre ellos Julio Cortázar, quien le escribió conmovedoras cartas para motivarla a seguir viviendo— lograron frenar el deterioro de su salud emocional.
En 1970, tras un primer intento de suicidio, fue internada en un hospital psiquiátrico. Su mundo interior se volvió más oscuro, y sus escritos reflejaban un dolor cada vez más profundo. Aun así, seguía escribiendo con intensidad y honestidad, como si la palabra fuera su última forma de resistencia.
Muerte y legado eterno
El 25 de septiembre de 1972, Alejandra Pizarnik murió tras ingerir una sobredosis de barbitúricos. Pese a que algunos consideran su fallecimiento un accidente, la imagen de su escritura final en la pizarra —“No quiero ir / nada más / que hasta el fondo”— sugiere una despedida consciente.
Pizarnik dejó un legado literario excepcional: siete poemarios, un diario de casi 1.000 páginas, relatos, cartas y ensayos.
Tal y como señalan en el volumen Poesía completa de Alejandra Pizarnik publicado por la editorial Lumen, Octavio Paz afirmó que la escritora llevó a cabo una “cristalización verbal por amalgama de insomnio pasional y lucidez meridiana en una disolución de realidad sometida a las más altas temperaturas”.
Comentario: Una voz que sigue viva
Alejandra Pizarnik, no solo escribió poesía: encarnó la profundidad de sus escritos. La obra que trasciende el tiempo, a inspirado a hombres y mujeres en todo el mundo convirtiéndola en una figura fundamental en la historia de la literatura hispanoamericana. Su voz, tras mas de 50 años continúa viva, desgarradora y curiosamente luminosa, en cada verso que habla del vacío y del amor, de la infancia y del crecer, del querer ser sin poder serlo.
Su poesía nos demuestra que las palabras pueden ser más que palabras, más que nosotros mismos escribiendo a media noche, con un frio tremendo, a oscuras y con el silencio mas inspirador del mundo, pueden llegar a ser mucho más… algo mas sensible y acogedor.
En fin, aquí me tienes siempre. No pienses, aunque haya silencio, que también hay olvido. Tú sabes que no es así. Nunca podrá ser.
Alejandra Pizarnik. Correspondencia dispersa (1955).


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