César Ulloa
Según varios estudios de opinión pública y entre ellos uno que realizó Cedatos, las universidades se encuentran entre los cinco primeros lugares de aceptación. Muy lejos o, mejor dicho, en las últimas ubicaciones se encuentran las funciones del Estado como la legislativa, judicial y electoral. Caso aparte de discusión son los partidos políticos y quienes ejercen la política con sus escasísimas excepciones. Este dato nos coloca en un escenario interesante, en el sentido de que la gente cree y le apuesta a la educación superior como una de las pocas instituciones, en donde se preserva la reserva ética de la sociedad, pero además que pudiera ser impulso de cambios transformadores, sobre todo para los segmentos más pauperizados del país.
Este dato, sin embargo, también les debería sacar de la zona de confort a las universidades y, porque no decirlo, a las escuelas politécnicas e institutos, debido a la falta de voces fuertes, legítimas y especializadas en varios temas. Nada mejor que desde la reserva ética del país se escuchen críticas y propuestas a problemas estructurales como la pobreza y más coyunturales pero crónicos, como la inseguridad, y el diseño de política pública en diferentes ámbitos, en donde no existen soluciones.
Las universidades, sin lugar a duda, podrían aportar en sus espacios locales, porque ahí brillan por la ausencia los planes de agua potable, alcantarillado y saneamiento, ordenamiento territorial y urbano, además de políticas habitacionales, sin olvidar la importancia del arte y la cultura, y la formación ciudadana. Esto no significa que las universidades sustituyan a las autoridades, pero sí que las asesoren y orienten.
En varios países denominados como desarrollados, el papel de las universidades es inevitable e irremplazable, pues los gobiernos consultan a las autoridades de estas en temas de especialidad para el diseño, implementación y evaluación de política pública. No interesa el signo ideológico de quien gobierna, sino el beneficio común. No vayamos más lejos, el programa Estado nación de Costa Rica es un ejemplo. Este es un mensaje para que las universidades salgan del ostracismo y los gobiernos de turno de la miopía.
Fuente: La hora
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