La tan cacareada Ley del porte de armas que ha sido tema de discusiones, de debates y hasta confrontaciones; también de inquietud en muchos ciudadanos. Yo personalmente nunca estuve de acuerdo en este asunto, pienso que el punto no es que las personas obtengan un permiso para portar armas y en teoría defenderse, digo en teoría porque quien no sabe usar un utensilio de estos termina siendo un blanco fácil para los delincuentes, ya que con eso mismo le atacarían.
Lo lamentable es darnos cuenta de que como sociedad vamos cayendo en círculos de violencia y pobreza espiritual.
Es fundamental rescatar a niños y jóvenes enseñándoles valores y normas de conducta, no podemos convertirnos en el viejo Oeste, se supone que como seres humanos ya evolucionamos, no obstante, estamos conviviendo con cierta irracionalidad, esto me recuerda aquella canción de Roberto Carlos “yo quisiera ser civilizado como los animales”.
Sucede que avanzamos en muchas disciplinas, pero retrocedemos como sociedad.
Hay otras cosas que se pueden hacer antes de recurrir a enfrentamientos entre personas, tengamos presente que violencia engendra violencia; por ejemplo, para prevención de actos delincuenciales sería conveniente desarrollar programas de prevención del crimen que aborden factores de riesgo como el desempleo, la pobreza y el abuso de sustancias, así se podría reducirla delincuencia.
Por otro lado, también es prioridad invertir en educación de calidad, cuando hablamos de calidad no quiere necesariamente decir educación privada, el Estado tiene la obligación de brindar servicios de calidad a sus ciudadanos y entre esos está implementar programas de capacitación para jóvenes, deben establecerse estrategias que sean atractivas para que exista un involucramiento desde la juventud, principalmente en los sectores urbano margínales que es un caldo de cultivo para desarrollarse actos reñidos con la ley y la moral.
Cuidado con la famosa Ley de armas, estamos más bien abriendo las puertas al incremento de la delincuencia, venta de armas y cosas por el estilo; no vaya a ser peor el remedio que la enfermedad.
Fuente: La nación