A Turco, tan lejos…
Uno de los poemas más representativos del romanticismo en la lengua española es Los Motivos del Lobo de Rubén Darío. El lobo es una figura cara a las mitologías y a las leyendas. El lobo feroz de La Caperucita Roja y la loba Luperca que amamantó a Rómulo y Remo, al igual que Fermis, el lobo colosal de las prehistorias nórdicas, son nombres preclaros de animales salvajes que alimentan o aniquilan hasta a los mismos dioses.
El lobo es un personaje primordial en muchos cuentos infantiles. El más leído y escuchado es el de una niña que quiere visitar a su abuela, pero se encuentra con un lobo disfrazado y es devorada por él. Las dos versiones más conocidas son la de «Le Petit Chaperon Rouge» de Charles Perrault, de 1697, y el volumen de cuentos de los hermanos Grimm de 1812, que incluye La Caperucita Roja.
En el poema de Darío, el lobo que encarna la maldad en un pueblito europeo, se transforma en manso y dócil tras una conversación personal con el santo de Asís. En ese carácter, el animal vuelve al pueblo en donde alterna con los niños y con la gente demostrando la mejor voluntad, hasta que un día sufre en carne propia las insuficiencias de los hombres.
“Yo estaba tranquilo allá en el convento;/ al pueblo salía,/ y si algo me daban estaba contento/ y manso comía./ Mas empecé a ver que en todas las casas/ estaban la envidia, la saña, la Ira,/ y en todos los rostros ardían las brasas/ de odio, de lujuria, de infamia y mentira./ Hermanos a hermanos hacían la guerra,/ perdían los débiles, ganaban los malos,/ hembra y macho eran como perro y perra,/ y un buen día todos me dieron de palos./ Me vieron humilde, lamía las manos/ y los pies. Seguía tus sagradas leyes, / todas las criaturas eran mis hermanos:/ los hermanos hombres, los hermanos bueyes, / hermanas estrellas y hermanos gusanos. / Y así, me apalearon y me echaron fuera. / Y su risa fue como un agua hirviente, / y entre mis entrañas revivió la fiera, / y me sentí lobo malo de repente;/ más siempre mejor que esa mala gente. / y recomencé a luchar aquí, / a me defender y a me alimentar. / Como el oso hace, como el jabalí, / que para vivir tienen que matar…”
La historia de ese lobo mítico la conoció Darío a través de I fioretti di san Francesco, libro escrito por los discípulos de San Francisco a finales del siglo XIV. El fraile que prohibió a sus monjes tocar dinero y que andaba por las calles con un tosco sayal, sabía, por ello mismo, que no siempre el hombre es un lobo para el hombre, y que hasta en los lobos más feroces, anida un pequeño fuego de amor que se resiste al tiempo y que ni las lluvias más largas pueden apagar.
Rubén Darío lo recuerda: “El santo de Asís no le dijo nada. / Le miró con una profunda mirada, / y partió con lágrimas y con desconsuelos, / y habló al Dios eterno con su corazón. / El viento del bosque llevó sur oración, / que era: «Padre nuestro, que estás en los cielos…»
Fuente: La nación
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