Por Daniel Mena, Country Manager Ecuador de GlobalSuite Solutions.
En Ecuador, como en muchos países del mundo, las emergencias naturales no son una posibilidad remota, sino una realidad que ya forma parte de nuestra historia reciente.
A estas alturas, hablar de continuidad de negocio ya no es una cuestión de prevenir lo improbable. Es una cuestión de adaptarse a lo inevitable. Sismos, interrupciones del suministro eléctrico o fallos en las telecomunicaciones son situaciones que hemos vivido en carne propia.
Y lo que marca la diferencia es cómo se responde a ellas. Por eso, la continuidad de negocio ya no puede verse como un trámite, sino como una necesidad estratégica.
Tradicionalmente, muchas empresas han tratado la continuidad como un simple requisito documental: un plan en una carpeta, una simulación anual, un PDF olvidado en algún servidor. Pero la realidad es otra. La continuidad efectiva no se mide por lo que está escrito, sino por lo que realmente puede ponerse en marcha cuando todo lo demás falla.

Más allá del plan: preparación real y activa
Muchas organizaciones descubren sus puntos débiles durante una crisis, cuando ya es tarde para reaccionar. Tener un plan guardado en una carpeta no garantiza que una compañía siga operando cuando ocurre lo inesperado. La verdadera continuidad de negocio no se improvisa. Se entrena.
Un Plan de Continuidad de Negocio (PCN) no es solo un documento; es una estrategia viva que permite que las funciones críticas sigan operativas incluso en condiciones adversas. Pero para que eso ocurra, hay que hacer más que escribir procedimientos: hay que ensayar escenarios reales, definir responsabilidades, comprobar tiempos de respuesta y revisar periódicamente las medidas de recuperación.
El reciente terremoto vivido en el país evidenció lo vulnerables que siguen siendo muchas organizaciones: infraestructuras afectadas, caídas en la conectividad, falta de energía, interrupciones logísticas… Todo ello impacta directamente en la capacidad de las empresas para mantenerse activas. Y lo más preocupante es que muchas de estas situaciones se podrían haber evitado con una mejor preparación.
Tecnología y cultura: las dos claves para la resiliencia
La buena noticia es que hoy existen soluciones tecnológicas que permiten a cualquier organización —sin importar su tamaño— diseñar, activar y mantener un plan de continuidad efectivo. La tecnología ha democratizado el acceso a herramientas que antes solo estaban al alcance de grandes corporaciones: automatización de análisis de impacto, gestión centralizada de incidentes, activación de planes en tiempo real, generación de informes y mucho más.
Pero incluso con tecnología de punta, si no hay una cultura de preparación, el riesgo persiste. La continuidad de negocio debe entenderse como un proceso constante, no como una acción puntual. Exige ensayar escenarios incómodos: ¿qué pasa si fallan al mismo tiempo la energía, la conectividad y los sistemas internos? ¿Quién toma decisiones? ¿Cuánto tiempo se puede operar en modo contingencia? ¿Cuánto se está dispuesto a perder? Debe involucrar a la dirección, a los equipos técnicos y a todos los empleados. Todos deben saber qué hacer si llega el momento.
Porque cuando se produce una crisis, lo que marca la diferencia no es tener el mejor software, sino saber cómo actuar. Tener claras las prioridades. Y sobre todo, poder garantizar que el negocio sigue funcionando mientras otros aún intentan reaccionar.
Hoy, ser resiliente no es solo estar preparado. Es tener la capacidad de seguir adelante cuando todo se detiene. Y en un entorno cada vez más incierto, las empresas resilientes no solo sobreviven. Lideran.
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