La inteligencia artificial (IA) se ha convertido en un tema central de debate en los últimos años, especialmente en ámbitos éticos y sociales. Con su capacidad para realizar tareas complejas y procesar grandes volúmenes de datos, ha demostrado ser una herramienta valiosa en diversos sectores. Sin embargo, es fundamental entender que no debe ser vista como un sustituto de la riqueza humana. En lugar de suplantar la creatividad, el juicio y las emociones humanas, debe ser utilizada como un complemento que apoye y optimice nuestras capacidades.
Herramienta y no sustituto
La reciente Nota «Antiqua et nova», emitida por los Dicasterios para la Doctrina de la Fe y para la Cultura, subraya la importancia de reconocer a la IA como un instrumento. No como un ente que piense por sí mismo.
A pesar de los avances significativos en el campo de la IA, esta tecnología carece de la capacidad de comprender la realidad de manera semántica, como lo hace un ser humano.
No posee juicio moral ni una comprensión genuina de lo que es bueno, verdadero o bello. Por lo tanto, es un error común atribuirle características humanas, cuando en realidad está limitada a un conjunto de algoritmos lógicos y matemáticos.
La IA no tiene la habilidad de discriminar entre lo correcto y lo incorrecto, ni puede asumir una perspectiva ética en la toma de decisiones.
Esto significa que los seres humanos siempre deben supervisar las decisiones tomadas a partir de la IA, asumiendo la responsabilidad moral de asegurarse de que se respeten los valores humanos fundamentales.
El uso responsable de la IA
Es importante que aquellos que desarrollan y la utilizan asuman la responsabilidad ética de sus aplicaciones. A la IA la debes evaluar no solo por su eficiencia y capacidad técnica, sino también por su impacto en la dignidad humana y el bien común.
Los fines y los medios empleados deben ser siempre transparentes y respetar los derechos de las personas.
Además, debe ser diseñada para promover relaciones positivas entre los seres humanos y su entorno, así como fomentar la interconexión de comunidades de manera que beneficie a todos.
Otro aspecto crucial es evitar el uso de la IA como una forma de control social o de explotación. La IA no debe ser utilizada para restringir las libertades individuales ni para concentrar poder en manos de unos pocos. Este es un riesgo serio, especialmente si se emplea en ámbitos como la vigilancia masiva o las decisiones bélicas, donde la vida humana está en juego.
La IA como herramienta para la sabiduría humana
El uso ético de la IA requiere ir más allá de la acumulación de datos. Como bien lo expresa el Papa Francisco, el objetivo es alcanzar una «sabiduría del corazón» que permita a la tecnología contribuir al bienestar humano sin deshumanizarnos.
La IA, cuando se utiliza de manera responsable, puede ofrecer avances significativos en áreas como la medicina, la educación y la investigación.
No obstante, hay que gestionarla con prudencia para evitar que sustituya los aspectos más valiosos de la humanidad, como el afecto, la moralidad y la creatividad.
En conclusión, la IA es una herramienta poderosa, pero debeS ser utilizarla con responsabilidad. Si bien puede mejorar nuestras capacidades, no debe sustituir la riqueza y el sentido de la vida humana.
Por ello, debemos seguir evaluando su uso para asegurar que, en todo momento, esté al servicio del bien común y del respeto por la dignidad humana.
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