A inicios de los años 1960, yo vivía a pocas cuadras del estero salado, al final de la calle Clemente Ballén, atrás del colegio Vicente Rocafuerte, solía ir con mis hermanos y amigos a bañarnos en sus cristalinas aguas, al ingresar podía ver el fondo lleno de piedras, tierra y lodo; íbamos en las vacaciones colegiales de enero a abril, ahí aprendí a nadar, para hacerlo me ponía un chaleco de palo de balsa amarrado a mi pecho y espalda con fuertes piolas. La primera vez me dio miedo cruzar el estero, en el segundo intento me llené de valor lanzándome al agua, nadé mucho y con esfuerzo llegué al otro lado, lugar donde había una estación de tren abandonada, sitio que es ahora la ciudadela Ferroviaria. Descansé un rato sentándome en los vetustos rieles; luego de esto retorné con más confianza a mi sitio de partida, fue agotador, pero me sentí feliz de mi proeza juvenil.
Después, en otras ocasiones ya no utilicé mi típico chaleco, ya que dominaba cruzar el estero con mis vigorosas brazadas.
Además de refrescarme del calor en este brazo de mar, en varias ocasiones fui a coger jaibas que abundaban, para poder tomarlas, ponía en la punta de un alambre un pedacito de carne o pollo, esa era la carnada que introducía al agua, al rato se aparecía mi presa, al comer de la carnada, con mi otra mano la tomaba con cuidado para que no me apriete mis dedos con sus tenazas, al inicio sufrí algunas cortadas de mi presa, con el tiempo me hice experto llevando a mi casa 6 o más jaibas, las que las cocinábamos en casa, no había riesgo de consumirlas ya que el estero no estaba contaminado.
En otras ocasiones llevaba un pequeño cuchillo para sacar ostiones de las rocas, esta actividad si era difícil, solo lo hice en pocas ocasiones.
También, de noche íbamos a pescar, pero la verdad me aburría al esperar que picara el anzuelo algún pez, cosa que solo sucedió una vez.
Cuando no me iba a la playa, el estero era mi diversión, aparte de nadar, iba a remar, ya q1ue había muchos botes para alquilar, generalmente remaba desde la orilla de la calle Aguirre pasando por debajo del puente 5 de Junio hasta la entrada de Urdesa, éste vigorizante ejercicio lo hice muchas veces, hasta que en una tarde mientras remaba veía a la distancia una silueta fina y de color verde de alrededor de 2 metros que se ondulaba sobre el agua hasta que se me acercó a menos de 1 metro del bote, la serpiente me miró y yo me quedé inerte, para mi felicidad pasó de largo hasta que se perdió al oeste del estero.
Después de mi encuentro con la serpiente, nunca más regresé a nadar o remar ahí.
Fuente: La Nación
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