Otro importante factor en la desconexión ante la culpa es el “poder”, sea éste económico o político. Mediante la explotación de la fuerza se humilla a los menos afortunados. Los titulares de imperio lo ejercen obligando a estos a adjudicarse culpas y consiguientes responsabilidades que en verdad no las tienen.
La semana pasada elaboramos alrededor de la “culpa” en su ascendente filosociológico general. Hoy centraremos el análisis con un enfoque sociohistórico, que complementa las ideas ya vertidas. Y es que la evidente predisposición de las sociedades hispanoamericanas, a deslindarse de culpas en muchas de sus manifestaciones vivenciales, tiene raíces profundas que se remontan muy atrás en la historia del continente.
La Colonia, como lo hemos expuesto en varias ocasiones, representa –para bien– un período determinante en la formación sociocultural de nuestros países. Sin embargo, existen también facetas negativas que esta región del mundo no las ha superado. España lo hizo y logró su incorporación al mundo moderno a raíz del retorno a la democracia. El franquismo la mantuvo aislada e invadida de profundas heridas y prejuicios aberrantes. América desde el inicio de su vida republicana se resistió a emprender por el buen camino… en pleno siglo XXI conserva rezagos que obstaculizan su desarrollo integral.
Remitámonos al sociólogo francés Émile Durkheim, cuya obra relevante al tema es La educación moral. La no asunción de culpa, cuando se la tiene, es un quebranto de la moral. Para el galo lo es siendo que “el dominio moral es el dominio del deber, y el deber es una acción prescrita”. Abstenerse de reconocer la culpa es, sociológicamente, una enfermedad (anomia) que produce deterioro generalizado en el orden social.
Esta anormalidad sociogénica es resultado de la dilación de la colonia española en América, que por mezquinos intereses de las clases gobernantes – blandidas por la derecha y la izquierda políticas – no solo que se mantiene sino que se profundiza día a día. Nos referimos al irrespeto a la ley y/o su adecuación a conveniencias que protegen a los culpables. Los reos sociales no tienen empacho alguno en deslindar su responsabilidad con argumentos legales artificiosos. El problema, si bien es de orden jurídico, tiene cimiente moral pues cuando el actor carece de solvencia en ésta siempre encontrará explicaciones para prescindir de la ley o tomar indebida ventaja de ella.
Por cierto, como no podía ser de otro modo, el legado religioso de la Colonia también es concluyente. Durkheim habla de una “astenia (decaimiento de fuerzas caracterizado por apatía, según la RAE) moral”. En virtud de ésta, las excolonias conservan su apego a una moral mística que les impide evolucionar a una moral laica racional. Por tanto viven sumidas en taras, que de ser culposas son perdonadas en confesión teológica que no social.
Disociar la ley de la moral es la mejor manera identificada y aprovechada por los protagonistas sociales deshonrosos para descartar culpas. Muchos regímenes normativos en América Latina reflejan esta realidad. Buen ejemplo es lo sucedido durante la pandemia. A pretexto de proteger las macro y micro economías, se concibió una serie de impúdicas medidas legislativas que acrecentó la pobreza en grandes porciones de la sociedad. Al margen de que los promotores de esas normas y quienes les dieron oído, evidentemente, no tuvieron culpa alguna sobre el Covid-19, sí que tuvieron y tiene culpa moral ante la adopción de “soluciones” obscenas.
Otro importante factor en la desconexión ante la culpa es el “poder”, sea éste económico o político. Mediante la explotación de la fuerza se humilla a los menos afortunados. Los titulares de imperio lo ejercen obligando a estos a adjudicarse culpas y consiguientes responsabilidades que en verdad no las tienen. Lo hacen a través de la amenaza, el chantaje, o camufladamente a título de advertencias que no pueden ser rechazadas.
Aun cuando Hispanoamérica ha dado importantes pasos para rebasarlas, todavía las diferencias raciales pesan de forma negativa en la concreción de una sociedad justa. Los más indecentes endilgan en desacuerdos étnicos para trasladar culpas propias. Así las consecuencias explotan en sus fachadas.
Terminemos con el escritor colombiano William Ospina, ganador del premio internacional de novela Rómulo Gallegos. Humorísticamente, sin que ello se aleje de la realidad, afirma que en Colombia los ricos quieren ser ingleses – en Ecuador podríamos decir que desean es ser españoles – los intelectuales se entristecen por no ser franceses… y los pobres se identifican como mexicanos. Será o no será, pero lo cierto es que siempre habrá quien se sienta bien menospreciándose en lugar de bregar por su identidad propia. Los dos primeros son culposos por esnobismo, y los terceros por ingenuidad.
Fuente: La Nación
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