Se diría que Elon Musk ha creado un círculo perfecto alrededor de lo que hasta hace poco era una fábrica abandonada en las afueras de Memphis. Allí, ha instalado Colossus, el superordenador más monstruoso del planeta, diseñado para impulsar la inteligencia artificial (IA) a niveles sin precedentes. Esta tecnología ambiciosa tiene como fin último definir el futuro de los coches eléctricos de Tesla. A su vez, todo este entramado se alimenta con megabaterías de Tesla, generando un ecosistema tecnológicamente avanzado y autosuficiente. Sin embargo, el escenario ideal tiene un reverso: los vecinos.

Un coloso que genera controversia
La historia emergió esta semana en CNN. En el verano de 2024, Elon Musk transformó una vieja fábrica abandonada en el suroeste de Memphis en lo que él proclamó como “la supercomputadora más poderosa del planeta”. Este proyecto, impulsado por su empresa de inteligencia artificial xAI, prometía convertir la ciudad en un polo tecnológico de primer nivel, el llamado «Delta Digital», con beneficios económicos y creación de empleo. Pero Elon Musk ha creado un círculo perfecto alrededor de lo que hasta hace poco era una fábrica abandonada, y eso no contempló los costos para los vecinos, quienes han vivido décadas con la contaminación industrial.
Impacto ambiental y problemas con la comunidad
Para alimentar a Colossus, xAI instaló 35 turbinas de gas capaces de generar hasta 420 megavatios, liberando gases tóxicos como óxidos de nitrógeno y partículas ultrafinas. El problema radica en que estas turbinas operan sin las licencias ambientales necesarias, amparándose en una exención legal temporal que según expertos no es aplicable. La zona, ya saturada con 17 instalaciones contaminantes, enfrenta niveles de riesgo cancerígeno que cuadruplican los aceptables por la EPA. Además, Memphis registra las tasas más altas de hospitalización infantil por asma en Tennessee.
La respuesta oficial y la desconfianza vecinal
Mientras el alcalde de Memphis, Paul Young, celebraba el potencial económico y tecnológico del proyecto, líderes locales como Justin Pearson denunciaron exclusión y falta de transparencia. Así, la regulación colapsó frente a una instalación de la envergadura de una planta eléctrica operando sin permisos en un vecindario residencial. Las imágenes térmicas recientes confirmaron que muchas turbinas seguían funcionando sin autorización formal, y aunque xAI solicitó permiso para algunas, el daño a la confianza comunitaria está hecho.
Una lucha histórica y un dilema nacional
Los residentes de Boxtown, mayoritariamente negros y empobrecidos, han enfrentado antes amenazas ambientales, frenando oleoductos y plantas contaminantes. Por eso, para ellos xAI representa el último capítulo de una lucha constante por el derecho fundamental a respirar aire limpio. Este caso refleja un dilema nacional más amplio: el auge de la inteligencia artificial, pese a su prometedor futuro, se alimenta aún con tecnologías fósiles que perjudican a comunidades vulnerables.
Innovación con coste social
Finalmente, la contradicción es evidente. Elon Musk ha creado un círculo perfecto alrededor de lo que hasta hace poco era una fábrica abandonada, fomentando la innovación en IA pero atada a combustibles fósiles que generan externalidades negativas. Mientras la administración Trump apoya esta expansión tecnológica debilitando la regulación ambiental, quienes viven cerca pagan el precio real. Como afirma KeShaun Pearson, director de Memphis Community Against Pollution: “Si la innovación te encadena a los combustibles fósiles, eso no es progreso”.
En definitiva, la historia de Memphis ejemplifica la colisión entre avances tecnológicos y justicia ambiental. La gran pregunta permanece: ¿quién asume los costes de esta revolución digital? En el suroeste de Memphis, la respuesta parece tristemente clara.
Fuente: XATAKA
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