El analfabeto político en la hora crítica del Ecuador

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En Ecuador, la falta de cultura política ha alcanzado niveles alarmantes. René Betancourt retoma las palabras de Bertolt Brecht para advertir que el peor analfabeto es el político, aquel que no entiende que sus decisiones o su indiferencia afectan directamente su realidad cotidiana. Este tipo de analfabetismo no distingue colores ni ideologías; es una epidemia cívica que se ha instalado en todos los estratos sociales y que debilita los cimientos de la democracia.

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El artículo parte de una premisa clara: no se trata de una crítica partidista, sino de una reflexión sobre el comportamiento ciudadano ante los problemas del país, donde el analfabeto político actúa sin pensar en las consecuencias de sus acciones. Hoy, en medio de una “hora crítica”, el Ecuador enfrenta una sociedad que aplaude sin cuestionar, que juzga sin informarse y que prefiere los símbolos al pensamiento crítico.

El caso del subsidio al diésel y la reacción social

El autor menciona como ejemplo reciente la eliminación del subsidio al diésel, una medida gubernamental adoptada de forma abrupta y sin diálogo previo con los sectores afectados. Desde las ciudades, muchos ecuatorianos señalaron a los pueblos indígenas que protestaron por la medida, repitiendo los estigmas de siempre: “vagos”, “revoltosos”, “enemigos del progreso”. Refleja así la mentalidad del analfabeto político.

Sin embargo, la crítica de Betancourt apunta al fondo del asunto: el desconocimiento sobre por qué las medidas de ajuste siempre afectan a los más vulnerables. Además, recuerda que el propio presidente Daniel Noboa había prometido en campaña no aumentar el precio del diésel. Pese a ello, una parte importante de la ciudadanía optó por justificar el incumplimiento en lugar de exigir coherencia y transparencia. Esta actitud encarna los efectos de ser un analfabeto político.

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Marchas, discursos y contradicciones

En septiembre de 2025, una nueva marcha liderada por el presidente Noboa “contra la inseguridad” evidenció otra forma del analfabetismo político. Según Betancourt, miles de ciudadanos salieron a las calles sin advertir la paradoja: protestar junto al responsable de garantizar la seguridad nacional.

El autor describe cómo la indignación se canaliza hacia los lugares equivocados. Se pide “mano dura” sin analizar sus consecuencias, se confía en discursos y símbolos —como tatuajes o hashtags—, mientras la violencia crece. Para Betancourt, esta actitud demuestra una falta de comprensión sobre el verdadero rol del Estado y la responsabilidad del poder político, rasgos comunes del analfabeto político.

El ataque a las instituciones y la fragilidad democrática

Otro signo de este analfabetismo es el ataque sistemático a las instituciones democráticas, como la Corte Constitucional. Betancourt advierte que se ha instalado la idea de que los jueces son responsables de la inseguridad o del crimen organizado, cuando en realidad su función es garantizar derechos y velar por el equilibrio de poderes.

El peligro, según el autor, está en confundir autoridad con fuerza. “Toda dictadura empieza con un aplauso”, señala, recordando que cuando la justicia se arrodilla, la democracia pierde su dignidad. Esta reflexión cobra especial relevancia en un momento en que el discurso populista busca legitimarse con el respaldo del descontento ciudadano, mostrando la actitud de un verdadero analfabeto político.

La política convertida en espectáculo

La devoción ciega hacia figuras políticas es otro de los fenómenos analizados. En lugar de evaluar programas, políticas o resultados, buena parte de la población se deja seducir por la estética del poder: un eslogan, una sonrisa o un baile en redes sociales bastan para generar simpatía.

Betancourt utiliza el ejemplo del tatuaje presidencial —un fénix que simboliza el renacer frente al crimen— para demostrar cómo la política se ha vuelto un espectáculo vacío. A pesar de la narrativa optimista, la realidad del país contradice la promesa: los homicidios, las extorsiones y el miedo siguen en aumento, un fiel reflejo del comportamiento del analfabeto político.

El costo social de la indiferencia

El aumento del IVA, el encarecimiento del pan, la luz y el transporte son presentados como sacrificios necesarios “por la seguridad”. Pero, como destaca Betancourt, la seguridad no se construye desde los impuestos sino desde la justicia, la educación y la inclusión social.

El analfabeto político, dice el autor, no exige rendición de cuentas. Prefiere creer que “algo se está haciendo”, aunque ese algo no mejore su vida ni la del país. Esta complacencia permite que los abusos se repitan y que los mismos sectores continúen pagando los costos de las decisiones gubernamentales.

Silencios y privilegios

El texto culmina con una denuncia sobre la desigualdad y la doble moral. Mientras se pide sacrificio a los ciudadanos, algunos sectores económicos poderosos logran beneficios discretos. Betancourt cita el caso de la Exportadora Bananera Noboa, cuya deuda con el Servicio de Rentas Internas (SRI) pasó de 94,6 millones de dólares a cero entre marzo y octubre de 2025. El hecho, dice el autor, ocurrió sin explicaciones claras, evidenciando los privilegios de los poderosos frente al sacrificio del resto.

La urgencia de alfabetizar políticamente al país

“El analfabeto político no busca soluciones: busca altares donde arrodillarse”, resume Betancourt. El artículo es una invitación a despertar del conformismo y a ejercer una ciudadanía activa, crítica e informada. En un país donde la desinformación y el fanatismo amenazan con destruir el tejido democrático, alfabetizar políticamente a la sociedad se convierte en una tarea urgente y colectiva.

Fuente :La República

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