Dunas de Chimborazo: espejos de interculturalidad y resistencia andina

Dunas de Chimborazo

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Las dunas de Chimborazo, enclavadas en los páramos andinos del Ecuador, son mucho más que un fenómeno geológico inesperado. Se alzan como testigos silenciosos de un proceso histórico de degradación ambiental, pero también de lucha, revalorización y renacimiento comunitario. En particular, las dunas de Palmira, en el cantón Guamote, y La Pacífica, en la parroquia Tixán del cantón Alausí, representan hoy espacios vivos de intercambio cultural, turismo responsable y orgullo ancestral.

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Estas formaciones de arena clara, a más de 3.000 metros sobre el nivel del mar, surgieron no por un capricho de la naturaleza, sino por el impacto de la tala descontrolada, el sobrepastoreo y el olvido estatal. Sin embargo, lejos de ser vistas como terrenos yermos, las comunidades locales han logrado transformarlas en lugares de encuentro, educación y memoria.

Palmira: del olvido a la resiliencia

Palmira fue durante mucho tiempo una “tierra perdida”, en palabras del comunero Anselmo Ushca, miembro de la comunidad Galte Laime. El terreno fue severamente erosionado, convertido en arena por la presión ganadera y la deforestación. Sin embargo, la comunidad no se resignó: reforestó con pinos, protegió la zona y construyó un nuevo vínculo con su entorno.

Hoy, Palmira se ha convertido en un destino comunitario, donde el visitante es guiado por comuneros que no solo muestran el paisaje, sino que narran su proceso de recuperación y la cosmovisión andina que lo inspira. El turismo en Palmira es profundamente participativo: se comparten platos típicos, se explican ritos ancestrales y se dialoga desde la hospitalidad.

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“No sabíamos que esto podía ser bello”, recuerda Anselmo. “Pero entendimos que la arena también puede florecer si uno la cuida. Y eso hacemos: cuidar lo nuestro y contarlo a quien quiera aprender”.

La Pacífica: juventud y sabiduría ancestral

En el sur de la provincia, las dunas de La Pacífica emergen como un espacio turístico más reciente, pero igualmente simbólico. Aquí, los jóvenes de la comunidad, guiados por los mayores, han tomado la iniciativa para desarrollar un modelo de turismo comunitario, donde nada se impone desde afuera y todo se decide en asamblea.

La guía local Juana Toapanta lo expresa con claridad: “No le decimos al turista solo ‘mire la arena’. Le decimos: ‘esto somos’. Le contamos nuestras historias, nuestras fiestas, cómo celebramos la vida. Y también escuchamos. Es un intercambio”.

Los visitantes no solo vienen a observar, sino a vivir. Se quedan a acampar, a deslizarse por la arena, a compartir alimentos y a escuchar cantos en kichwa. La experiencia no es un espectáculo; es una vivencia profunda, transformadora.

Más que turismo: una práctica viva de interculturalidad

Las dunas de Chimborazo han dejado de ser paisajes pasivos para convertirse en protagonistas de un proceso cultural significativo. La interculturalidad, en este contexto, no es una consigna ni una etiqueta institucional. Es una práctica que se construye desde la comunidad, en la cotidianidad del saludo, en la escucha mutua y en la transmisión del conocimiento sin imposiciones.

Visitantes como María Sol Serrano, de Cuenca, lo confirman: “Lo mejor no fue la duna. Fue la gente. Me enseñaron que la interculturalidad no es una palabra bonita: es algo que se vive”.

Arena con memoria y comunidades con futuro

Los páramos arenosos de Chimborazo cuentan hoy una historia de resistencia cultural, de aprendizaje colectivo y de orgullo identitario. Palmira y La Pacífica nos demuestran que es posible construir un país diverso y justo desde las raíces, con respeto por la tierra y por quienes la habitan.

Aquí, donde la arena conserva la memoria de antiguas luchas y nuevas esperanzas, la cultura andina florece con cada paso, con cada palabra compartida y con cada visitante que llega dispuesto a aprender, no solo a mirar.

Fuente: Expreso.ec

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