Daniel Noboa, empresario de 35 años, será el próximo presidente de Ecuador. Hijo del hombre más rico del país, su designación supone una verdadera incógnita. Noboa, un semidesconocido, no tiene experiencia y prácticamente todas las decisiones económicas a las que se enfrentará afectan de una manera u otra a su fortuna familiar, construida desde hace tres generaciones con la exportación de banano. Con más del 90% de las papeletas escrutadas y el 52,3% de los apoyos, gana con holgura a su contrincante, la elegida por el expresidente Rafael Correa para tratar de volver al poder.
No proviene de ningún partido político ni se define ideológicamente, pero su discurso liberal, su intención de reducir impuestos y fomentar la inversión extranjera lo sitúa en el centro derecha. En campaña se ha mostrado como un hombre familiar -tiene un matrimonio estable, dos hijos y un tercero en camino- que corre ocho kilómetros al día y hace pesas. En los últimos días, con guantes y frente a un saco de boxeo, presumió de su amistad con un luchador de la UFC. Pura política en la era de Tik Tok. De marejada de fondo, la ilusión de que se trata de una persona de éxito que posee helicóptero propio.
La victoria de Noboa ha supuesto una bofetada al correísmo, el movimiento político alrededor de Rafael Correa. Eligió a Luisa González, una política desconocida y sin mucho carisma, para gobernar por persona interpuesta. No ha sido suficiente la promesa de volver al pasado, cuando el país creció con el dinero del petróleo y sacó a millones de personas de la pobreza. González nunca conectó con el electorado ni pudo distanciarse de su mentor, que genera mucho rechazo en una parte importante de la población. El resultado ha sido, en cierto modo, una sorpresa. En febrero, en las elecciones provinciales y municipales, la Revolución Ciudadana ganó en Quito, Guayaquil y otras 48 ciudades, y puso prefectos en nueve de las 24 provincias. Entonces se interpretó como un gran éxito y parecía que ponía al correísmo camino a la presidencia. No ha sido así.
Sereno, sin que se le notase la euforia, Noboa ofreció sus primeras palabras tras conocerse los resultados: “Mañana empezamos a trabajar por este nuevo Ecuador para reconstruir un país que ha sido gravemente golpeado por la corrupción, la violencia, el odio”. El candidato siguió el escrutinio desde su casa de la playa, a tres horas de Guayaquil, con su familia y su equipo de campaña. Un cuarto de hora antes, González reconoció la derrota en la sede de su partido, en Quito, y le tendió una mano al ganador: “Basta de odios, de polarización. El Ecuador necesita sanar. Cuentan con nosotros para un acuerdo común, de patria”.
Noboa, el presidente más joven de la historia de Ecuador, tomará posesión en diciembre. Solo gobernará 16 meses, lo que le quedaba de periodo presidencial a Guillermo Lasso, que disolvió la Asamblea en mayo y convocó elecciones para evitar un juicio político por corrupción. Noboa recibe un país estancado en lo económico y en el que se han vuelto comunes los motines en las cárceles, la aparición de cadáveres desmembrados, los asesinatos a manos de sicarios. En septiembre ya se habían cometido en el país 3.600 homicidios, el doble que el año pasado. Los carteles de la droga se han infiltrado en una nación que hasta hace unos años era una isla al margen de los problemas de narcotráfico y guerra de guerrillas presentes en la región. La dolarización de su economía y su amplia costa sobre el Pacífico lo han convertido en un territorio apetitoso para el crimen organizado.
Daniel cumple un sueño familiar. Su padre, un hombre con una fortuna de 910 millones de dólares, según Forbes, se postuló a la presidencia hasta en cinco ocasiones. Era un político populista que se presentaba como el Mesías de los pobres, regalaba ordenadores, bolsas de comida y repartía dinero en efectivo sus mítines. El correísmo era su enemigo político. El hijo, sin embargo, no ha entrado en disputas directas, queriendo proyectar la imagen de alguien alejado de la politiquería. Ha puesto una mampara entre él y sus rivales, y así ha cementado su victoria. No le ha afectado que la exportadora bananera Noboa tuviera pagos pendientes de impuestos por casi 90 millones de dólares, ni que se revelase en las últimas horas que él mismo se benefició de negocios en paraísos fiscales. El joven había puesto la directa y no había quien lo parara.
Esta mañana, después de votar en la Carolina, en el corazón financiero de Quito, César Costales, de 87 años, tenía claro quién debía de coger las riendas del país: “Noboa. Es un tipo honesto y correcto. El otro (Rafael Correa) es un fugado del país”. Diego Espinel, de 42, opinaba lo mismo: “Dejé de creer en el socialismo del siglo XXI. Obviamente, Luisa (González) es allegada a Correa. Si bien hicieron cambios importantes, ahora vemos todas las consecuencias de lo que hicieron mal. Tiene muchos defectos esa llamada revolución”. Verónica Franco, de 45, defendía con firmeza a quien va a ser el próximo presidente: “Es la mejor opción. No queremos volver a lo de antes, queremos un mejor país”.
A los pocos minutos de cerrarse las urnas, cuando los primeros exit polls empezaban a otorgarle la victoria, su oficina de prensa difundió un texto con datos curiosos sobre él. Es sommelier, tiene siete perros, estudió música en la universidad, comenzó a trabajar a los 16 años como supervisor de patio de contenedores (insiste en que está hecho así mismo, que no es un hijo de papá), intentó ser vegetariano y su segundo nombre es Roy-Gilchrist, que sería el equivalente a rey servidor de Cristo. Los ecuatorianos tendrán que perfilar con estos datos básicos la personalidad de su próximo presidente.
Su imagen de moderno contrasta con el ideario de la que será su vicepresidenta, Verónica Abad. Ella se define directamente como una mujer de derechas, clásica y provida. En muchos temas sociales, Noboa es una moneda al aire. Muchos de los que tuvieron reparos para votarle pensaban que podría tratarse de la continuación en el poder de Lasso, un banquero que quiso gobernar el país como si se tratase de una empresa. Su fracaso ha sido absoluto, y en el último año ha cundido la sensación de que el país se le iba de las manos. Ni siquiera se le pasó por la cabeza presentarse a la reelección.
Dos momentos en particular han llevado a Noboa a la victoria. En un debate presidencial, junto a otros seis candidatos, se mostró sereno, firme, y en ningún momento entró en discusión con ningún oponente. Transmitió la sensación de que se trataba de alguien alejado de la partidocracia. Fue su carta de presentación ante el país, y funcionó. El otro momento que trastocó toda la contienda fue el asesinato del candidato Fernando Villavicencio, un periodista acostumbrado a denunciar la corrupción. Su muerte traumatizó a Ecuador. Entonces, las encuestas se voltearon y él pasó de la cola a la cabeza.
El futuro presidente no ha sido muy concreto a la hora de exponer sus propuestas sobre seguridad. Habla de usar satélites y drones, militarizar las cárceles, los puertos y las aduanas, y construir prisiones en barcazas en medio del mar para encerrar a los criminales más peligrosos. El poder de los cárteles, paradójicamente, ha crecido desde las prisiones, donde reina la anarquía. Detrás de sus muros han puesto en jaque al Estado. Los especialistas esperan que Noboa haga al poco de llegar algún anuncio importante en materia de seguridad que le reafirme como un mandatario firme frente al crimen organizado.
La economía de Ecuador pasa por un momento crítico. El mandato de Noboa es demasiado corto como para plantear una reforma fiscal que se antoja necesaria. El Gobierno enfrentará un déficit fiscal de 5.000 millones de dólares al cierre de este año, tiempo en el que la economía solo crecerá un 0,8%. Aunque está prohibido por ley, tanto el nuevo presidente como su oponente plantearon en campaña la posibilidad de usar el Banco Central como prestamista. Se sabe que Noboa no podrá utilizar el FMI, que ya le ha prestado a Lasso 6.500 millones entre 2020 y 2022. Los expertos proponen subir el IVA y tocar el subsidio del combustible, en el que el país invierte 3.500 millones, casi el mismo valor que destina a salud y educación.
En definitiva, Noboa ha aglutinado con éxito todo el rechazo que produce Correa. Cuando se vio líder en las encuestas después de la primera vuelta, se sentó a esperar. Ha hecho una campaña de vídeos sin mordiente política en redes sociales, no ha dado entrevistas a la prensa. Le ha bastado con que se movilizara por sí mismo el voto anticorreísta. Eso ha sido suficiente. Por fin, las puertas del Palacio de Carondelet, la residencia presidencial, se han abierto para un Noboa.
Fuente: EL PAÍS América (elpais.com)
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