Cotacachi vive el cambio con mujeres rurales que siembran paz y justicia desde sus comunidades

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Hablar de violencia en los territorios rurales no es sencillo. Irma Torosina, expresidenta de la Asamblea Cantonal de Cotacachi, lo sabe por experiencia propia. “Es muy complejo liderar cuando también enfrentamos violencia dentro de la comunidad o la familia”, reconoce. En estas zonas, muchas prácticas dañinas se han vuelto parte del día a día: comentarios machistas, burlas o silencios cómplices. Y cuando algo se normaliza, deja de percibirse como un problema.

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El desafío, dice Irma, es romper con esa naturalización: “Necesitamos reconocer lo que vivimos y vencer el miedo o la vergüenza de hablar”. El silencio, en muchos casos, puede ser fatal. Desde 2019, en Cotacachi se han registrado al menos tres femicidios, una cifra que refleja que la violencia no distingue fronteras ni clases sociales.

Una ordenanza construida desde el territorio

En 2023, Cotacachi recuperó su ordenanza para la prevención y erradicación de la violencia contra las mujeres. Este logro fue fruto del trabajo conjunto entre lideresas, organizaciones y comunidades, tras haber sido derogada años atrás. “Esa ordenanza es nuestra herramienta local —explica Irma—. Nos permite hacer realidad el derecho a una vida libre de violencia”.

La normativa obliga a las instituciones a destinar recursos para la atención y prevención, pero también promueve una visión comunitaria de justicia. Las mujeres de la UNORCAG (Unión de Organizaciones Campesinas e Indígenas de Cotacachi) elaboraron un mandato para la buena convivencia, donde reconocen formas de violencia poco visibles, como la espiritual o cultural. Esta última desprecia los saberes ancestrales y desvaloriza el trabajo de parteras, curanderas y guardianas de la tradición.

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Las raíces estructurales del problema

Las mujeres rurales enfrentan desigualdad económica, sobrecarga de trabajo doméstico y una limitada respuesta institucional. “A veces una mujer denuncia y no hay reacción inmediata. Incluso con medidas de protección, han ocurrido femicidios”, lamenta Irma.

A ello se suma el peso de los roles tradicionales. Las lideresas que asumen cargos comunitarios siguen siendo responsables del hogar, sin redes de apoyo que les permitan ejercer plenamente sus funciones. “El cuidado sigue recayendo en las mujeres, y eso limita su participación y su voz”, explica.

Además, los estereotipos de masculinidad refuerzan el ciclo de violencia. “A los hombres se les enseña que no deben mostrar emociones y que la violencia es una forma de resolver los conflictos. Eso también les daña a ellos y perpetúa el problema”.

Juventudes que siembran nuevos caminos

Entre las iniciativas más inspiradoras están las que nacen desde las juventudes. En Cotacachi, el grupo Fakina impulsa procesos de reflexión entre jóvenes rurales e indígenas a través del teatro y el arte. Mediante escenas que muestran situaciones cotidianas —como los celos o la presión social—, promueven el diálogo, la empatía y nuevas formas de relacionarse.

“Ellos están aprendiendo que cuidar, respetar y expresar emociones también son actos de valentía”, afirma Irma.

Recomendaciones desde la comunidad de Cotacachi

Para Irma Torosina, la prevención de la violencia requiere tres pilares fundamentales:

  1. Educación en derechos desde la infancia, para que niñas y niños reconozcan las distintas formas de agresión.
  2. Protocolos claros y efectivos que aseguren acompañamiento a las víctimas y respuestas institucionales inmediatas.
  3. Asignación real de presupuesto en municipios y juntas parroquiales, que permita sostener campañas de sensibilización y capacitación.

Pero, sobre todo, resalta la fuerza del trabajo colectivo: “Cuando las mujeres nos organizamos, logramos cambios reales. Nuestra lucha no es solo por nosotras, sino por el bienestar de toda la comunidad”.

Cotacachi y su lucha compartida

En las zonas rurales, hablar de violencia también es hablar de esperanza. Las mujeres de Cotacachi demuestran que la transformación comienza desde lo local, desde los espacios comunitarios donde se cultivan el respeto, la equidad y la empatía.

“Cuando pedimos una vida libre de violencia —concluye Irma—, no pedimos privilegios. Pedimos justicia. Porque el bienestar de las mujeres es el bienestar de todos”.

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