En el Pueblo Kichwa de Sarayaku, ubicado en el curso medio del río Bobonaza en la Amazonía ecuatoriana, un grupo de mujeres ha emprendido una profunda misión de reforestación. Su objetivo: sembrar 180 000 plantas nativas para recuperar la biodiversidad, fortalecer la soberanía alimentaria y contribuir a la lucha contra el cambio climático.

Hasta mayo de 2025, ya han sembrado cerca de 90 000. Este esfuerzo, liderado por mujeres como Gabriela Santi, María Malaver y Marina Aranda, forma parte de una iniciativa que nace desde el Colectivo de Mujeres Amazónicas junto a la organización internacional Women’s Earth and Climate Action Network (WECAN), la cual entrega un dólar por cada árbol plantado.
Semillas de memoria y resistencia
El proyecto se construyó sobre el conocimiento ancestral. En talleres comunitarios con sabios, abuelos, médicos tradicionales y agricultores, se identificaron 127 especies vegetales cada vez más escasas. Entre ellas se encuentran árboles frutales, maderables y plantas medicinales, muchas de las cuales desaparecieron por el sobreuso, la pandemia o los cambios en el estilo de vida.
La siembra se realiza de manera “inteligente”, priorizando las especies en mayor riesgo. En lugar de plásticos, las mujeres transportan las semillas con hojas de guadua y preparan los viveros con abono natural, demostrando que es posible una reforestación sostenible y en armonía con el bosque.
Un modelo comunitario que recupera lo perdido
Sarayaku conserva el 96 % de sus 144 000 hectáreas, pero muchas especies han desaparecido de los alrededores de las casas. Las mujeres, que antes eran las guardianas de las semillas, ahora tienen menos tiempo debido a sus nuevas funciones como líderes comunitarias, educadoras o enfermeras.
Esta reforestación no busca retroceder, sino integrar: crear viveros comunitarios que sirvan para rescatar y distribuir semillas, promover el conocimiento científico en kichwa y español, y fortalecer el tejido social y ambiental de la comunidad.
Diversidad y sabiduría en la búsqueda de semillas
La recolección de semillas ha sido toda una aventura. Acompañadas de sabios y recolectores, las monitoras caminaron por horas entre lodo, ramas y hojas secas para hallar especies como el ahuano, el guayacán, el hachakaspi y el challwakaspi. Algunas semillas, como las del chuncho o el cedro, sorprendieron a las recolectoras por su ligereza y formas, parecidas a “alitas de insectos”.
Una vez en los viveros, las plantas germinan a su propio ritmo: mientras que algunas, como el jengibre o el ají, crecen en menos de un año, otras, como las palmas y especies maderables, requieren uno o dos años para desarrollarse.
Educación, planificación y resiliencia
Los puntos de siembra se seleccionan estratégicamente junto a los dirigentes locales. Las especies frutales se ubican cerca de las escuelas; las medicinales, en viveros comunitarios; y las maderables, en senderos y cercanías de los hogares. Así, cada planta cumple un propósito y beneficia directamente a la comunidad.
El cambio climático, sin embargo, introduce nuevos desafíos. Las estaciones de floración y fructificación ya no se corresponden con los tiempos tradicionales. Pero eso no detiene a las mujeres kichwa, que han convertido esta reforestación en una forma de resistencia, resiliencia y renovación.
La selva viviente como aliada
Para el Pueblo de Sarayaku, el bosque es un ser viviente, consciente y generoso: el Kawsak Sacha o “Selva Viviente”. Esta cosmovisión guía todo el proyecto, que no solo busca sembrar árboles, sino restaurar un equilibrio espiritual y ecológico perdido.
Al finalizar el proyecto, se habrán sembrado 180 000 plantas que no solo alimentarán a la comunidad, sino que también absorberán gases de efecto invernadero, amortiguarán los efectos del clima extremo y servirán como modelo para otras comunidades amazónicas.
Un legado que crece
El sueño de las mujeres kichwa no se queda en Sarayaku. Ya se proyecta expandir esta experiencia a otras poblaciones de la Amazonía ecuatoriana. Con cada semilla recogida, cada vivero cuidado y cada planta sembrada, estas mujeres están cultivando un legado de vida, conocimiento y sostenibilidad que podría marcar el camino hacia un futuro más justo y en armonía con la naturaleza.
Fuente: Mongabay Latam
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